en el que nunca pasaba nada. Nunca, nunca, nunca. Entonces una mirada aviesa, un hombre enigmático, un inglés dirigiendo, una dulce jovencita con algún problema de Electra recorriéndola, y el pueblecito se convierte en un infierno. Era una de las películas favoritas de D. Alfredo, su autor. Inolvidable la escena en el tren. En glorioso blanco y negro, naturalmente.
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