Ahora que Cisne Negro ha traído de nuevo el ballet a la gran pantalla creo que conviene recordar esta obra extraña y que calificaría como el grito agónico de lo que fue el gran mundo de los Diaghilev, Nijinsky y demás, incluso creo recordar que uno de los componentes de ese gran estallido creativo trabaja aquí. Por supuesto hay un componente sádico que es inherente a cualquier obra de Andersen pero lo más dañino de esta gran película está un punto más allá en la reflexión constante entre la obra de arte y la vida. Si en Cisne Negro se optó por una salida fantástico-terrorífica aquí se toma otro camino. Lo cierto es que personalmente me marcó demasiado esa manera de pensar.
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