Tenia una compañera de facultad cuya mente era privilegiada y dotada, además de una capacidad de trabajo prácticamente ilimitada. Nada que dependiera del pensamiento, la inteligencia y el trabajo estaba fuera de su alcance. Lamentablemente era lo único que poseía. A lo largo de los años fue demostrando que cuanto cayera dentro del ámbito de la ética era algo por completo ajeno a ella, a su forma de ver el mundo y a su forma de moverse por él. Esto en sí mismo ya es grave, suficiente para devaluar a un ser humano pero cuando te dedicas a la enseñanza de adolescentes no es ya grave, es trágico. La docencia es trabajar con el material más sensible que existe, un montón de hormonas desaforadas, perdidos en constante cambio que no saben si subir o bajar, personas a medio cocer, que necesitan elegir caminos sin estar preparadas, es en gran parte labor del maestro que esa criatura no se pierda del todo, cierto que no es el único responsable, huelga decirlo pero debe ser un punto de referencia. Un docente que pierde el respeto a sus alumnos, jamás podrá tener ni el respeto de sus alumnos y será sólo un mero trasmisor de conocimientos sin alma. Acababa esta amiga de empezar a trabajar cuando uno de sus alumnos le regaló el dibujo que veis, a boli y poco más grande que una tarjeta de visita. Lo rescaté cuando ella estaba haciendo limpieza de bolso y lo iba a tirar. No sé que habrá sido de aquel muchacho, ni si habrá seguido dibujando pero, desde luego, no habrá sido por el apoyo de su profe del insti a pesar de haber tenido esta obra de arte en sus manos que para otro hubiera sido un tesoro, personal y técnico. Y luego hablamos de los adolescentes.
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